Hermana Monte



Mujer, dichosa y perpetua ofrenda del amor que el Señor ha confiado a tu corazón. 

No hacen falta palabras, porque Dios habla en tus obras. 
¿Qué serias capaz de dejar sólo para ti? Tal vez el pesar no haber dado más. 

El celo del bien al prójimo te consume, pero el bien a los pobres quema tu alma. Dichoso aquel que da la vida por sus amigos, y todos los niños lo son. 

Cuantos gestos, cuantos detalles, cuanto en el secreto de tu corazón, que lleno de nombres y de bondades abres de par en par.

Dejen que vengan a mí, y no se lo impidan, porque para ellos vivo, esta vida que se me ha obsequiado.

Mujer, incansable como tus deseos de que lo mejor sea para quienes nada poseen. 
Mujer, fuerte como el roble a quien las páginas del calendario no le enfrían el guarapo. 
No bastan los años ni las dolencias, es más grande tu amor. Amor de quien se sabe amado y portador de un tesoro en vasijas de barro. 

Montes, tu diminutivo, no tiene nada de tal, hasta el final tratas de coronar con esta vida tuya tan calladita, el legado que Jesús de Nazaret vino a sembrar.

Que Dios te sigua bendiciendo como la bendición que has sido para tantos de nosotros.



J. Giménez SJ. 20/05/2006

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